miércoles, 23 de mayo de 2012

Historia de la Orden del Císter (1)

La orden cisterciense (en latín: Ordo cisterciensis, o.Cist.), igualmente conocida como orden del Císter o incluso como santa orden del Císter (Sacer ordo cisterciensis, s.o.c.) es una orden monástica católica reformada, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en 1098. Esta abadía se encuentra donde se originó la antigua Cistercium romana, localidad próxima a Dijon, Francia.
La orden cisterciense desempeñó un papel protagonista en la historia religiosa del siglo XII. Su influencia fue particularmente importante en el este del Elba donde la orden hizo «progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el desarrollo de las tierras».
Como restauración de la regla benedictina inspirada en la reforma gregoriana, la orden cisterciense promueve el ascetismo, el rigor litúrgico dando importancia al trabajo manual. Además de la función social que ocupó hasta la Revolución francesa, la orden ejerció una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.
Debe su considerable desarrollo a Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre de una personalidad y de un carisma excepcionales. Su influencia y su prestigio personal hicieron que se convirtiera en el cisterciense más importante del siglo XII, pues, aun no siendo el fundador, sigue siendo todavía hoy el maestro espiritual de la orden.
En nuestros días, la orden cisterciense está formada por dos órdenes diferentes. La orden de la «Común Observancia» contaba en 1988 con más de 1.300 monjes y 1.500 monjas, repartidos respectivamente en 62 y 64 monasterios. La Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, también llamada O.C.S.O., comprende hoy en día cerca de 2.000 monjes y 1.700 monjas, comúnmente llamados trapenses porque provienen de la reforma de la abadía de la Trapa, repartidos en 106 monasterios masculinos y 76 femeninos. Las dos órdenes cistercienses actualmente mantienen vínculos de colaboración entre ellas.
Su hábito es túnica blanca y escapulario negro, retenida por un cinturón que se lleva por debajo; el hábito de coro es la tradicional cogulla monástica, de color blanco. De hecho, se los llamó en la Edad Media «monjes blancos», en oposición a los «monjes negros» que eran los benedictinos. También es frecuente la denominación «monjes bernardos» o simplemente «bernardos», por el impulso que dio a la orden Bernardo de Fontaine.
Aunque siguen la regla de san Benito, los cistercienses no son propiamente considerados como benedictinos. Fue en el IV Concilio de Letrán en 1215 cuando la palabra «benedictino» apareció para designar a los monjes que no pertenecían a ninguna orden centralizada,[5] por oposición a los cistercienses.

Fuente:  wikipedia

sábado, 5 de mayo de 2012

EL FRÍO DE LA MUERTE

   Cuando se entra en el Monasterio de Santa María de Palazuelos la primera impresión que se tiene es la del frío de la muerte que hay en su interior. Un frío que te hace sentir la desolación del lugar; un frío que se mete en tu espíritu y te hace llorar. Llorar de impotencia; llorar por la dejadez en la que el lugar ha quedado por el paso de los años y por la inactividad.

   El Monasterio de Santa María de Palazuelos nació en el siglo XII y ha llegado al XXI con más penas que glorias. Parte de su techumbre está caída; los animales muertos aparecen a tus pies en cualquier rincón, allá donde la parca los encontró. Una pintada recibe al visitante y una pila de piedras caídas lo animan a irse de allí sin mirar atrás